Te lo dije antes. A mi ya me advirtieron de que este mundo es difícil (Sartre, 1971 p. 69). Y no me refiero a las cosas y objetos que nos encontramos, que nos impiden o se interponen en nuestro camino. Ya se que el paro, la violencia machista, la degradación del medio ambiente y las falsas promesas políticas que se desvanecen cuando aparece una urgencia mundial o simplemente porque son precisamente falsas, son dificultades enormes. Es una cualidad constitutiva del mundo en cuanto a ser aprehendido en la consciencia. De ahí que las emociones sean precisamente nuestra particular forma de transformación del mundo. ¿Te acuerdas del miedo?. Claro, es imposible olvidarlo porque el miedo ya es nuestro. Estamos entretejidos en él. De igual manera que cuando se nos hace insoportable e inmanejable el mundo nos desmayamos para escapar, cuando ansiamos el objeto amado tenemos esa alegría – o mejor dicho, nos tiene ella a su merced- que es la antesala experiencial de un encuentro próximo, en el que intuyo ya su culminación. En la alegría y en el miedo, el mundo se ha transformado. Me dices que estás deprimido y se que las explicaciones que te dan de que ”es debido a una enfermedad llamada Depresión” no te convencen. Claro que es un trastorno, de hecho es un efecto de que el mundo –tu mundo- se ha trastornado, es decir, ha cambiado, se ha tornado hacia lugares inhóspitos. Y sin embargo sientes la presión de seguir actuando como buen padre, amiga solícita, avezado estudiante o diligente trabajador. Pero ya no eres ese que conocías; de hecho ni te acuerdas de haber sido esa persona. Te dicen ¡pero si tu eres una grandísima persona, siempre ayudando a todos, siempre sonriente!. Intentan en vano convencerte de que estás equivocado, de que las creencias son erróneas o que tienes distorsiones cognitivas. Seguro que eso pasa. Tan seguro como que vivo en esa creencia, no es algo reflexivo como discernir sobre la resolución de un problema matemático. El mundo se ha transformado. Y de ahí mi postración, mi alejamiento del mundo–ahí-fuera ante el que me siento inerme e incapaz. Existe una necesidad de anular ese mundo, de hacerlo emocionalmente neutro. Por eso ciertos fármacos anestesiantes de la cualidad emocional del vivir a veces son usados y requeridos por tantas personas. El eufemismo antidepresivo no quita su valía, a pesar del engaño. La depresión es, como cualquier otro fenómeno, una situación en la que se está. Sea siquiera una forma de decirle al mundo que no exija lo que no puedo dar. Pero yo no se lo digo, se lo dice la depresión. Es mi cuerpo entero dando un significativo mensaje: no estoy para nada ni para nadie. Igual que en la alegría pre-siento ese objeto de deseo y lo disfruto mágicamente aunque todavía no está en mis manos -sea el fin de semana, el fin del confinamiento, el título de grado o el encuentro con mi amado. Ciertamente las emociones son mágicas, no me extraña que sean tan difícilmente aprehensibles. Hoy lloraba ante la muerte de un amigo. Sentía como si la vida se trastornara. La tristeza invasiva entraba como un elefante en cacharrería, tirando el tiempo, el espacio, los recuerdos, las formas. Me miré al espejo y observé mi rostro surcado de arrugas mojadas por las lágrimas y vivencié la vejez, la soledad, la distancia, el dolor. No me refiero a que pensé en ello o reflexioné sobre esos temas. Digo que la experiencia del mundo se transformó ahí-ante-el espejo. Soy ahora consciente de ello, cuando lo escribo, pero allí era una conciencia irreflexiva y no por ello menos intencional. Toda conciencia es intención. La trae indisolublemente unida a su ser. La magia es que si no hubiera sentido eso, no tendría sentido alguno nada. Me recuerda a cuando algunas personas se sienten culpables por no sentirse tristes tras la muerte de un ser querido. Y es que no pueden; no pueden aceptar esa pérdida, viven como si no hubiera pasado, no hay transformación del mundo, sigue como antes ante mi conciencia. Él sigue vivo, sigue aquí con nosotros. Mañana me despertaré y será un sueño. Volveremos a desayunar juntos, a discutir sobre el color de la pintura del cuarto de los niños, seguiremos amándonos cuando llegue la noche.
Con razón me advirtieron de que el mundo es difícil. Que lo sepas. Pero aún así, vale la pena descubrirlo y descubrirse ante esta inmensidad que supone vivir.
6. Sartre, J.P. (1971). Bosquejo de una teoría de las emociones. Madrid: Alianza Editorial.
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