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La cancelación de la metafísica

Foto del escritor: F. Martín-Murcia F. Martín-Murcia

Me preguntan muchas cosas, pero no se que contestar. En realidad, sabemos bien poco. Al menos yo. Usamos la capacidad de nuestro inmenso aparato cognitivo, pero sirve si acaso para saber combinar colores al vestirnos, hacer motores a reacción o diseñar vacunas en tiempo récord. No le resto importancia; gracias a ello progresamos. Pero nuestra capacidad mental no sirve de gran cosa para saber sobre la vida, aunque si para saber sobre la biología. Y no es lo mismo. Hablar y conocer la actividad del eje hipotálamo-hipófiso-gonadal-suprarenal es muy importante, pero no explica porque sentimos ese miedo y no otro, porqué le damos uno u otro significado. ¿Cómo interiorizamos nuestro esquema corporal?. ¿Cómo y porqué acuden las memorias y me enredo en ellas?. ¿Porqué ahora vienen las auditorías sobre la vida, con un sentido crítico sobre los errores que cometí y se convierten en un ciclo rumiante, incansable, que me apartan de la posibilidad de gozar con ese merecido paseo o un apacible descanso dominical?. Me imagino a Heiddeger preguntándose porqué es el ente y no más bien la nada, mientras apura su último sorbo de café amargo. Esa mente divagando durante esos momentos en los que el día o la noche no son ni día ni noche. Es un limbo en el cual podemos jugar a ser inteligentes, ricos o amantes de Charlize Theron.  El filósofo de Messkirch dejó la taza en el fregadero, ensimismado y con el estómago tan revuelto como su cabeza.

– Existe lo que se nos presenta, lo ahí dado, sea por ejemplo mi dolor de estómago, el cuerpo de mi madre o el ministerio de Hacienda. Lo que existe para mí no significa que no existiera sin mí, ya que el mundo me pre-existe. El ser se delimita frente a lo otro y en esta definición de los límites encuentra ya una determinación. ¡Toma ya!.

Y se quedó tan ancho mientras le miraban cariacontecidos algunos filósofos posmodernos; incluso se oyó una voz desesperada gritándole encarecidamente que nada fuera del texto.

– Os he dicho cientos de veces que pensar es un verbo, una acción prototípica de la especie humana. Es una de las cosas que nos gusta hacer. Pero por lo veo, me entristece que la mayor parte de ocasiones solo lo hagamos para construir disparates.

No hubo posibilidad de acuerdo. La audiencia se encaró con él, cancelándolo de inmediato por su leyenda sobre la simpatía hacia los programas de cocina.

-Lo que importa es el aquí y el ahora- replicaron todos al unísono como un destacamento de marines bien adiestrado.

Y así, se retiró con paso firme del salón de actos de la Sorbona, más preocupado por el poco nivel argumentativo -en realidad estaba pensando que eran idiotas, directamente.  No podía quitarse de la cabeza la obviedad de que lo que existe es aquí/ahora, ¿dónde si no?. Y recordó, amargamente, su conversación con Sartre, conviniendo ambos que sería adecuado entender que la existencia específicamente humana tiene consistencia temporal. El ser es un proyecto inacabado cuya dinámica conlleva una perspectiva entre pasado y futuro, que se vive en el presente de facto.

-Algo así era lo que me dijo en un café de París- pensaba mientras se remangaba la camisa.  De pronto, recordó aquellos tiempos en los que se podía hablar sobre lo que se sabía y se solía callar sobre lo que no.

Y ensimismado en sus meditaciones, salió a la calle. Mientras él sentía el calor sofocante de junio que subía desde el asfalto, el grupo de pensadores posmodernos deconstruía una ensaladilla rusa. Los gritos de desesperación ante la dificultad para ponerse de acuerdo sobre la inconsistencia de la mayonesa,  se oían en todo el barrio latino.



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